21.9.06

Existencia



Eran las nueve menos veinte. Un grupo de hombres y mujeres iban a subirse a un autocar viejo, cargado de años que le habían pasado en vano. Tres de ellos me miraron y en ellos vi a Pedro. ¿Cuantos años habían pasado?

Siempre pensé que algún día lo vería dando un discurso. Sus palabras tendrían algo que ver con los recuerdos infantiles. Pero nada, ya no le quedaría nada de aquel entonces. Temo pensar que se murió allí, enterrado bajo miles de millones de ahogos y tristezas, de puñaladas, de desesperaciones...

Me cuesta creer que Aureliano no supiera que no iba a morir cuando lo iban a fusilar. Tuvo que quedarse paralizado, pensando en las guerras civiles, pensando que quizás el hablar no había ayudado, sólo había abierto brechas de diferencia. Y es tan parecido a los miles de fusilados que han caído y caen. Y no hablo de guerras.

Por él, debo hablar de gente que ya no sueña, que tiene el sueño cansado de espaldas pudriéndose de estiércol laboral. Tengo que hablar de los que mienten para ir al baño y pasar cinco minutos durmiendo en silencio. O lograr entender al que tapa el reloj con el trapo de fregar el puesto de trabajo.

Pero claro está, hay una espécimen rondando en el ambiente, queriendo destruir lo único que tenemos que es la consciencia, que no sabe que es el horror de no querer entrar, de no querer entrar en la fábrica, ni siquiera sabe que es una fábrica.

¿Va a ser así siempre la Existencia? ¿Vamos a cambiar algo? No. Seguiremos dando por el culo a la gente, la pisotearemos y la amargaremos los pocos oxígenos que les queden. No es nada personal, sólo es destrucción masiva. Sólo es egocentrismo, pataletas de bebe, de soledad, de tristeza, de estupidez...

Algo sé de aquel que conocí. Se llamaba Pedro, tenía dos hijos y leía a Machado porque se reconocía en él. Escribía poesías para Amelia, tan llenas de torpezas, tan cursis, tan y tan cursis. Pero se levantaba cada día a las seis y en la radio del coche oía decir que el mundo cambiaría, que cambiaría en las reuniones, que cambiaría en los diarios, en los libros...

No se es intelectual por haberse leído cuatro libros. Tampoco se existe siendo un espécimen. Pero no queremos ser intelectuales, queremos vivir, queremos existir, queremos ser lo que somos porque apenas si nos dejan decir quien somos. Estamos tocando el fondo...

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Por cierto, me debes ocho euros de una vez que te pagué una entrada a una discoteca. No hables tanto y devuelvémelos.