A veces recuerdo como cantaba aquella vecina y el recuerdo acompaña al amanecer. Se oían las campanas, tocar a cada hora, y luego, la mujer de no sé que piso entonaba una melodía de antaño. Solía pensar que eso iba a ser para siempre. Que me ibas a querer para siempre.
Me iba a ir de todas la maneras posibles sin dejar de llorar por cada señal que se quedó en mi memoria. Lo sensible, me repetía. Es lo sensible lo que pensaba que me iba acabar destruyendo. Muchos días me pregunto si olvidaré todo lo que me pasó, si se borrará en una infinitud paralela. En algunas miradas de soslayo, de cualquier persona que me encuentre, me llevan a pensar que no he tenido valor para afrontar la pérdida. Cuántas pérdidas para nada, para nadie.
Y de ese nadie... Tengo la sensación que siempre creyó que yo era una idealista, como tantos otros. Pensaba llora demasiado, llora sin cesar, demasiado tiempo llorando, llora demasiado, llora sin censar. Lo sensible, le decía. La vida iba en serio, me dijo una vez, pero no para él. Él que es nadie ya. Y los nadie no traen más que recuerdos.
El tenedor de la mesa fue lo que utilicé para extirparme lo único que me hizo cínica, falsa, seguidista, objetiva, ilusa. Lo único que me debilitó durante años: el dolor.
Por que el tiempo lo inventamos a base de obsesiones, de locuras, de amores y guerras, de estúpidas idas y estúpidas vueltas. El tiempo lo construí a base de ilusión. De los olvidos ya nadie se acuerda, pero del tiempo.... del tiempo todo el mundo lo espera.
Y si soy idealista, es por tu culpa, por una culpa compartida. Y por culpa de los traqueteos del tren, de las ansias de una mariposa de salir del tupperware, de la tristeza anclada en el puerto. Y por culpa de aquella cama ajena donde amanecí muchos días, escuchando el susurro de una cantante frustrada, añorando el regreso de mi sensibilidad. Gracias, por liberarme, aunque sigues en mi memoria, tiempo perdido, el olvido se acerca.