Un hombre sorbe el café helado que le han servido hace media hora. Sin darse cuenta ha empezado a llorar y según le preguntan dice que le ha abandonado la dulce Fortuna. Los clientes del Bar no entienden nada. Sigue hablando de Artemisa y de aquellos Dioses que fundaron Templos y de los que hoy apenas quedan ruinas olvidadas. Después ese mismo hombre se vuelve un loco de remate.
Dicen que tiene quarenta y cinco años, que se ha pasado más de veinte años luchando por causas perdidas. Que jamás nadie le ha amado. O que la luz de sus ojos no es natural. Toma café frío para devolverle el calor a esos labios rojos.
Un día entra y pide un gintonic. Susurra en latín, como bien hacía su amigo Buendía, o eso dice él. Repite Sit Tibi Terra Levis y luego calla. Ahora combina los gintonic con los cafés enfríados por el tiempo que pasa mirando por la ventana.
La siguiente semana entra gritando NECIOS, NECIOS, NO HABÉIS ENTENDIDO NADA. Pero ya nadie le escucha, nadie le ve, ni le observa. Excepto yo, que escribo está crónica para mí y para los míos. Se sienta y canta algo parecido a un tango. Entonces descubre mi posición y me mira.
Sólo necesita dos segundos para venir a mi mesa y sentarse frente a mí. Coge una servilleta y escribe ley de continuidad original. Me lo entrega. Yo le miró y él me sonríe. Dice: tú tampoco entendiste nada. Hay algo que falta, algo que falta.-repite sin parar.-eso que falta es parte de la inagotabilidad del Tiempo y del Espacio. Somos, existimos y fíjate, acabamos siendo nada, precisamente, NADA. Y que miedo me dio cuando dijo el último Nada, porque en sus ojos se abrieron paso las tinieblas.
Volví al Bar, pero el hombre ya no apareció más. A mi alrededor todos bebían, hablaban de banalidades y las asperazas se secaban al sol de sus rostros. Yo llevaba aquella servilleta rídicula, la de la ley de continuidad original. Entonces empecé a escribir sobre ella. Inventé su significado hasta que llevé más de cien páginas. Se lo entregué a mi editor y me lo lanzó a la cara al día siguiente. Dijo: esto no es nada. Y yo le contesté: tú tampoco entendiste nada y empecé a murmurar en latín y a tomar café helados en un bar, dónde alguien escribía una crónica sobre mí.
Dicen que tiene quarenta y cinco años, que se ha pasado más de veinte años luchando por causas perdidas. Que jamás nadie le ha amado. O que la luz de sus ojos no es natural. Toma café frío para devolverle el calor a esos labios rojos.
Un día entra y pide un gintonic. Susurra en latín, como bien hacía su amigo Buendía, o eso dice él. Repite Sit Tibi Terra Levis y luego calla. Ahora combina los gintonic con los cafés enfríados por el tiempo que pasa mirando por la ventana.
La siguiente semana entra gritando NECIOS, NECIOS, NO HABÉIS ENTENDIDO NADA. Pero ya nadie le escucha, nadie le ve, ni le observa. Excepto yo, que escribo está crónica para mí y para los míos. Se sienta y canta algo parecido a un tango. Entonces descubre mi posición y me mira.
Sólo necesita dos segundos para venir a mi mesa y sentarse frente a mí. Coge una servilleta y escribe ley de continuidad original. Me lo entrega. Yo le miró y él me sonríe. Dice: tú tampoco entendiste nada. Hay algo que falta, algo que falta.-repite sin parar.-eso que falta es parte de la inagotabilidad del Tiempo y del Espacio. Somos, existimos y fíjate, acabamos siendo nada, precisamente, NADA. Y que miedo me dio cuando dijo el último Nada, porque en sus ojos se abrieron paso las tinieblas.
Volví al Bar, pero el hombre ya no apareció más. A mi alrededor todos bebían, hablaban de banalidades y las asperazas se secaban al sol de sus rostros. Yo llevaba aquella servilleta rídicula, la de la ley de continuidad original. Entonces empecé a escribir sobre ella. Inventé su significado hasta que llevé más de cien páginas. Se lo entregué a mi editor y me lo lanzó a la cara al día siguiente. Dijo: esto no es nada. Y yo le contesté: tú tampoco entendiste nada y empecé a murmurar en latín y a tomar café helados en un bar, dónde alguien escribía una crónica sobre mí.