12.6.09

La otra Historia

Este nuevo cuento va para todos los que me leéis y que algún día se os cruzó una espina en el corazón y os bajáiste casi llorando del autobús creyendo que existía Macondo en la fantasía de un mundo que ya no gira alrededor de la ilusión.

Fue en las escaleras donde te vi por última vez, en esas escaleras que odiabas por ser grises, estrechas y largas de alcanzar. Tenías veintinueve años, sólo veintinueve. Y allí me dejaste con un libro repleto de lecturas ajenas y la palabra Historia en tu boca.

Dicen que enfermé de pasiones, que escapé de la tortura que representó tener un amor que iba en moto por Barcelona aferrado a los sueños de otros. Dicen que tuve cáncer al tragar pastillas de caramelo sin azúcar que provocan insomnio agudo si no las tomas de acuerdo con tu razón y tu ciencia, que sangré dos veces lo que sangra un niño por la nariz, que me emborraché de ti, sólo de ti y logré hablarle a los osos de las estrellas.

Murió de pena, de pena ¿sabes? El sentido de la responsabilidad se murió de pena, porque no existe eso que llaman libertad. Así fue como te marchaste y pasaste a otra Historia, porque la importancia del vivir en algo que te atrapa es como perderse en la ciénaga de Macondo y tú en las escaleras me lo hiciste enteder.

No escribas esto, me dijiste, no lo escribas en tus recuerdos. Sal y atrapa el viento de aquel norte que perdiste en tu infancia. Loca no fue tu descripción pero en algo se aproximaba. Y así empezó el fin de nuestro amor, con el abandono, que fue más amor en su final que en su comienzo, porque fue un hasta luego corazón.

Y te pitaron los oídos de la desazón y lloraste mucho por mí, o por ti, o por nadie. Pero lloraste. ¿Te acuerdas del hombre-pan que tenía chocolates en sus piernas?En tu mejilla aparecía el rojo color carne que odiaban los estúpidos entendidos del gusto. ¿Te acuerdas de cómo se sonreía? No. Por eso en las escaleras dijiste acabaremos por fin en otra Historia.

Ya no sentí más amor por ti, sólo abandono, abandono. Y pienso en la hija que no he tenido, que tiene veintinueve años y lee a Babeuf y piensa que la justicia es para los imbéciles.

La determinación de tu sombra no sigue aquí en mi mente, lo que sigue es el ruido de las nueces que se tocan, el olor a pescado y lejía en mis manos. Tu pelo, tus ojos, tu aire, esa fue mi otra Historia. La que siempre no se olvida, ni se paga, ni se inventa, sólo se escribe.

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