22.12.07
La noche...
En Macondo podemos abrir las puertas a lo venidero, a la fruit company, a los saltimbanquis y a los inventos de Melquíades.
El cabalgar en los desiertos del pensamiento me ha llevado a escribir lo que hoy escribo, me ha llevado hoy a pensar en esos momentos en los que me he parado a pensar cuantas veces he mandado al garete todo. Y he solicitado un permiso al pensamiento para descansar.
Luego he sentido ansias de llorar. Estas épocas reabren el dolor que se ocasionó antaño. Una vez le dije a alguien que había heridas que tardarían en sanar. Y no me escuchó, se marchó de mi vida inventandóse la suya y aún pienso si se acordara de comprender...
Reabrir no sirve para taponar. Y sueño muchos días en alcanzar a olvidar términos del diccionario que no me ayudan a seguir. Supongo que hay que aceptar los diluvios, las tristezas melancólicas y los daños del vendaval.
Por recordar si recuerdo, hubo muchas noches malas. Sin embargo, voy a cansarme de obviarlas y disiparé en el aire aquéllas de las que no he hablado, las buenas.
Es como cuando logras conrear unas cebollas en la azotea, en un cuenco verde y sin tener ni idea de horticultura y luego añades las ansias de que alguien diga concepto, conceptual, concepción y conciencia. Espera a que todo se mezcle cuando anochece. Falta Hegel, lo sé, pero las noches buenas se pasan en familia. Y mi familia apareció un 14 de Abril.
En Macondo podemos abrir los abrazos, las aberturas y los abridores. Podemos cerrar las cerraduras, los cerrojos y los cercados. Si Macondo existiera, que existe, tendríamos una noche para decir lo que nos diera la gana.
Espero vuestras noches aquí en los comentarios ;) si alguien quiere poner algo obsceno le dejo pero allá él con sus debilidades eh!
11.12.07
FELIZ NAVIDAD
20.11.07
Si lo hubiéramos sido
Si tú hubieras sido Edipo
y yo Hamlet,
ambos juguetes del destino.
Si lo hubiéramos sido.
Ahora cogeríamos retales
de tristeza
de sueños rotos
y haríamos un mundo distinto.
Algo como azúcar sin miel.
Edipo confábulado el universo.
Hamlet luchando con sus fantasmas.
Amor, sin amar.
Amar, sin amor.
Si lo hubiéramos sido.
Ahora seríamos condenados
de la desesperación,
del olvido sin más
y haríamos un mundo abandonado.
Algo como el mar sin sal.
Edipo fue parte de ti.
Hamlet lo fue de mi.
Enigmas, ceguera, se exilió.
Humos, venganzas, se murió.
Si lo hubiéramos sido.
Si nos hubiéramos quedado allí...
24.10.07
Fundación No Alienada por el Capital
Las doce menos treinta minutos.
O las once y media. Habrá que esperar unas cuantas horas para ser, de nuevo, ciudadanos del mundo. Alienación. Eso es lo primero que pienso, lo que respiro y hasta la saciedad de mi último aliento piensa que estoy perdiendo tiempo en ganarlo.Ocho y cuarto. Se ficha correctamente. Las escaleras rojas, la moqueta polvorienta, las cubetas de ocho y diez cajas verdes, grises, azules, marrones. No hay libros, no hay cultura, no hay sinceridad. Todo está lleno de nostalgias. Son sólo eso, nostalgias y están pintadas de esos cuentos infantiles que leíamos a los cinco años, y están rodeadas de esa nada acusadora, acusadora del pasado que nos trae recuerdos de aquellos libros que solíamos leer. Nostalgias de lo que aún no hemos visto escrito y quizás no veamos jamás.
Me dices: tiene que ser algo, eso significa algo, no sé qué ni cómo voy a inventar cuatro letras, pero algo debe de ser. Fundación; como cuando se fundó Macondo ( no sé si lo recuerdan ). No; como cuando uno ya no resiste las ganas de llorar y de correr y dice que no, que no es más que negar la existencia de la no negación por la lucha, es decir No, porque sabemos lo que somos sin negar lo evidente. Alienada; por el trabajo que se desarrolla en total abstracción de las conciencias ajenas, no hemos venido aquí para pensar, vinimos para sobrevivir, para sobrevivir a las mentiras y crear la felicidad a base de nuestros pensamientos, pero no para ellos, sino para nosotros. Y finalmente, por el Capital; porque casi está acabando con los terribles deseos de existir, es lo que necesitamos pero no de este modo, así no lo queremos.
Entonces, nos queda la risa, la burla y la precipitación de vivir como si fuéramos dueños de nuestras horas.
Entonces, nos quedan los libros, sólo los buenos o los que no quemamos en nuestra hogueras imaginarias. Sólo aquellos que colocamos en lo rutinario, con movimientos casi estudiados, aquellos que nos inspiran lo más íntimo de nuestro pasado. Los demás que se los quede el panel de actualidad.
Entonces, también nos quedan las orillas de la amistad. Nuestra gente, nuestra fundación social, nuestra entrega a los demás, eso y nada más.
Las tres y media. Una puerta te indica que te vayas. Si no te contrato es porqué jamás contemplé esa posibilidad.
Nací para el Capital y así seguirá siendo sino hay nadie que me lo impida.
No más. ¿A qué estamos esperando?
11.10.07
El diluvio universal
En el espacio de medio segundo se está inundando toda la habitación. No logro escapar de esa inmensidad, soy incapaz de hacer nada, ni siquiera gritar. Me estoy hundiendo y sólo llueve a mi alrededor. Detrás, en la ventana, el sol nace por las montañas. Nadie sabe que está lloviendo aquí, después de todo hace un día claro y sereno. El agua moja cada uno de los libros que guardaron en la biblioteca. Se lleva a Hegel o a Freud, a Shakespeare y a Tosltoi. Los episodios nacionales de Galdós se traspapelan con la humedad y se quedan en puros olvidos. Voy flotando y hundiendóme. No cesa la lluvia. Lleva todo el día así.
Llego a respirar bajo el agua pero no lo consigo. Sé que me estoy ahogando, algo no se detiene en mi pecho. No hay tiempo. Estoy hundida y aún sé que está lloviendo. Nadie sabe que estoy en un habitación encerrada donde llueve, donde no hay nada más que un diluvio. Los libros fueron historia. Se va todo el oxígeno de mi cuerpo y sé perfectamente que no ha parado de llover.
De pronto alguien entró en la habitación, en su habitación. Me miró y dijo ¿ahogáste ya las penas?
25.9.07
Explicación en una pizarra blanca
28.8.07
ÚLITMO RELATO DE UNA PERSONA PERDIDA
José Agustín Goytisolo (Así son, de Bajo Tolerancia)
Un café, una mujer de espaldas y el incesante olor de los recuerdos. Las canciones de Andrés o de cualquiera sonaban sin ton ni son, con un volumen inapropiado para ellas, repletas de gritos y compases inútiles. Cuando ya no se sueña. Eso es la pena.
Mujer, tú, que eres una mujer perdida, una persona que se perdió en los caminos pordioseros, venideros y acreedores de las penas, que nos condenan a las apariencias, que no logran disuadirnos de las locuras, que nos entierran en vida y cogen las reminiscencias del pasado. Tú, que te has pasado la existencia queriendo a quien fuera y no ha habido comprensión del amor que sentías, prefiriendo callar a chillar, permanecer a fluir, rendirte a luchar. ¡Qué lograste! Dime, mujer de mil mujeres, ¿qué abandonaste?
Tu respuesta la hallé en los ojos de los demás. Cuando tu marido acariciaba el largo y suave pelo de otra y te mentía soñando tus ilusiones y queriéndote a medias por las calles atroces de mentiras. Te traía cruasanes de chocolate y miradas opacas, casi las podías tocar, ¿te acuerdas? – Y tú sólo llorabas por qué sabías que tu hijo nunca conocería a su padre-. Tú, que habías aprendido a hablar con pronombres y dabas todo por nada y ese todo era para nadie. Para nadie, para nadie, ¡Dios! Para nadie…
Mírate. ¡Qué cosa más linda! ¿De qué astro te caíste, mujer? ¿Con qué caricia vas a matar? No te pierdas más, vuelve al camino aprendido. Vuelve al regreso infinito. Si uno sufre es por que algo ha hecho bien, por que la vida está bien hecha. Nada se consiguió fácilmente, debes comprender que todas fueron Julia alguna vez, nada se consiguió fácilmente. Fíjate. ¡Cómo has cambiado el mundo!
Tenías catorce años y te sentías incomprendida. Tú, sin ser muchacha eras mujer. Te perseguían las ganas de llorar y de escribir. Escribías en la mente de los demás consejos que sólo escuchaban los necios. Tenías catorce años y más de un millón de esperanzas. Y no todas se las llevó el carajo.
Tus pasiones ¡madre mía! ¿quién se acuerda de tus pasiones? El pelo castaño, las zapatillas de color rosa. Tú y tus pasiones. No confesabas todo lo que sabías por miedo a olvidarte de lo que hablabas. Eso era lo mejor, la manera que tenías de ser una loca que hablaba con los árboles cuando se sentía sola porque era lo único que había al mirar por la ventana. Da igual si no te comprendieron entonces, da igual sino lo hacen ahora. Tú eres de otro mundo. Del mundo al que se quiere mudar Gabriel.
Por favor mujer, que no te convenzan de otra cosa, importas más de lo que se piensa.
A I.M. Las historias de los perdidos se acaban aquí, creo que ya me atreví a hablar de mi sin tapujos.
9.8.07
La vida es sueño
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
3.8.07
15.7.07
No voy a olvidarte
A VECES LA VEO. Contempla el vacío, arrasa la nada con apenas pestañear dos segundos. Lo logra sin mucho esfuerzo y sólo se arrepiente cuando se le paralizan las entrañas. Siempre sufro-piensa. Mientras se ducha o plancha. Se le caen las manos del cuerpo y piensa siempre sufro. No es que quiera sentirse sola pero le ha acompañdo esa sensación a lo largo de cincuenta y ocho años.
Yo cierro lo ojos y a veces la veo. Está en la cocina haciendo paella. Me dice R de segundo ¿qué quieres? ¿Te hago un lomo a la plancha? Lo que tú quieras le dije siempre. A veces creo rozarle la piel cuando me abraza al despedirse y me imagino que viste con bata azul y se acelera para acompañarme a la puerta. Nadie piensa en ella como yo. Es la Júlia de Goytisolo, la Amaranta de Gabriel. Pero nadie la piensa como la pienso yo.
Ayer me despedí de ella y le dije no voy a olvidarte como si el mundo fuera a arreglarse con sus habitantes. Era incierto, porqué no hay certezas. Se marchó y pensé entonces que estaría maldiciendo los caminos. Sus caminos en que tanto se había perdido. Tuvo dos predicciones, la primera iba a llover, la segunda iba a volar.
No tardaré en cerrar los ojos para verla. Lo cuento ahora y callo siempre. Sé que sigue pensando que todo no ha servido de nada. La quiero ver en cualquier lado por qué la echo de menos. Es y será siempre una luchadora. ¿Qué puedo decirle ahora que está tan lejos?
Todo el mundo añora su sonrisa, la manera en que habla. Casi puede cerrarte el corazón en su puño, si no eres, claro, un solitario. Sé que difícilmente logra dormir tranquila una noche y sus días se empañan al son de alguna canción de los beatles. All you need is love.
AHORA LA VEO. Sentada en el patio, arreglando el arbusto de flores lilas. Es su casa y allí se siente libre. Quizás pensará en mi, quizás pensará que la olvido, quizás pensará que estaré bien, quizás pensará que logró entenderlo todo.
F. no voy a olvidarte. Para la que fue mi madre en años de añoros.
27.6.07
Tras la trinchera rimskiniana
Tiene prisas de condenado y sueña sin pensarlo. La reflexión más temprana de sus mañanas es por qué la melancolía se instaló aquí, aquí- y se señala el corazón. Tiene prisas de condenado, lo sabe, pero no tira la poesía por la ventana, no la oculta, no la encierra. Ansía la alegría, aborrece la desdicha. Está siempre cerca.
Dice que odia a Moebius, no porqué no la entienda, sólo la odia porqué le recuerda a él. Piensa (equivocadamente) que la vida le devuelve al mismo punto de donde partió y grita a los cuatros vientos que no logra por un instante quedarse en el mismo sitio. Vaya donde vaya, mi amigo siempre está cerca.
15.6.07
SU AMERICA LATINA Y SU POESÍA
La soledad de América Latina
[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982]
Gabriel García Márquez
Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
29.4.07
El hombre y la pena
De nuestro querido Camarada Maquinista, al que le ha vuelto la inspiración. Esperamos que no se le escape más.
El hombre y la pena
De noche conviene dormir.
Entre dar, tener y cumplir
se enlazan el hombre y la pena.
Yo no tengo ni quiero dar,
cumplo serio mi condena
de perdido en alta mar.
Así lo elijo y trato así
de ser el afortunado
que además de pensar en tí
duermo tranquilo a tu lado.
Las noches no dormidas
vienen cediendo, encendidas
en penas mal contenidas,
las puertas de esta ciudad.
Y yo que no tengo ni quiero dar
pico la piedra apenado
remo en galera,
empeñado,
en cumplir en lo que debo,
yo no soy preso de pena,
yo soy el afortunado.
16.4.07
Para ellas, de mí.
Fermina conocía de sobras a Verónica. Se habían entendido siempre, sin haberse visto nunca. Se entendían, se consolaban, se imaginaban libres y decidían el resto de sus vidas con una moneda de azar. Sus caras eran dulces, parecidas a la mantequilla cuando se mezcla con el azúcar y, en silencio, sólo en silencio, eran meras ilusiones...
Cuando Fermina se ahogaba después de leer la condena que había poseído a los Buendía releía los últimos versos de un tal Miguel que una vez la quiso por ser sincera. -arrojado me veo, y tanta ruina no es por otra cosa que por quererte y sólo por quererte.- Y su buen remedio sabía a poco, sabía a poco.
Verónica restaba impasible. Audaz, partida por la mitad y, con unas ansias de libertad, observaba la luz de las velas de las Iglesias como se observa a las estrellas. Lograba confundirme con cada paso que daba, primero te miraba y luego te desairaba. Sólo amó a Andrés y él sólo supo radiarla.
Tanto tuve que reaprendérmela que me olvidaba de sus canciones. Porque Fermina sí cantaba. Cualquier cosa. Se le caía el mundo a sus espaldas mientras enterraba historias que ni siquiera había leído. Sus pasiones la llevaban desesperada por las calles gritando como una loca ojos, ojos, ojos de perro azul.
No entendería nada si no me la hubiera cruzado un día absorta. Verónica traía unas flores del pasado y las regalaba a los hombres calvos que pasaban por la carretera de Poniente. Era otra forma de vengarse del mundo. Odiaba las penas y estaba esclavizada ante ellas. Su edad temprana y su sonrisa te hacían volver loco de amor, era una pasarela, unos versos que se recitaban solos y te decían Amor, amor, catástrofe. ¡Qué hundimiento del mundo!
A veces, Fermina, te acariciaba en la espalda. Tenía sabido su papel de madraza, aunque lo oliera todo. Sus palabras adormecían al tendero porqué sólo hablaban de un pueblo llamado Macondo. Lo había leído no sé dónde y estaba indignada de que no existiera algo tan irrelevante. Fermina nacía en todo y yo no la pude seguir hasta el fondo.
Pero así fue como Verónica me fue abandonando. Amando por doquier. Sintiéndose cada vez un poquito mejor. Arrastrando a la desgarradura del pecho, a la sin razón y a la muerte. El alma del averno que la condenaba se fue destornillando de risa y los tesoros inexplicables del dolor se olvidaron de cómo se existía. Así fue como Verónica ya no era una mitad de nada, aunque sí lo fuera de Fermina.
Fermina y Verónica. Ambas se clavaron en mi cuerpo y no tuvieron ningún recelo de hacerme el daño más grande del mundo. Ser yo en todos los demás.
29.3.07
A la Fermina desaparecida
Tus respuestas con silencios
y el espacio-tiempo, un universo.
Tu mirada encasillada en los espejos,
atrapada, soñada de abandonos
y el espacio-tiempo, un universo.
Tu mirada, remolino y aguaceros,
como quien se entrega a lo venidero
y el espacio-tiempo, un universo.
Mi mirada, opaca, oscura, oculta
en los senderos de aquello ¿qué es?
¿El espacio-tiempo o el universo?
23.3.07
Adiós, adiós
27.2.07
De un sin nombre, desde ningún lugar de Macondo
Este relato me lo envia un poeta de tierras egarenses. Se lo agredezco muchísimo. No sólo la profundidad, sino el saber que se pertenece a Macondo en el vaivén de la Historia, pasada y futura. Espero que no nos deje de escribir.